domingo, 3 de septiembre de 2017


No faltaron las aves de mal agüero que apostaban que el proceso de paz en Colombia fracasaría, cuando éste se anunció públicamente en el 2012. Es cierto que no les faltaban razones para pensar así, ya que las FARC venían de tres procesos fallidos de pacificación donde habían sufrido consecuencias fatales, con cientos de revolucionarios asesinados y tantos más presos políticos, muchos de los cuales aún esperan fecha de amnistía. Pero los diálogos terminaron y la guerrilla dejó las armas para integrarse a la vida política abierta bajo el nombre Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. O sea que la paz, ha sido. O al menos, el fin de la guerra.

Claro que todo está por escribirse. La paz nunca es un asunto acabado. La paz requiere justicia, bienestar, trabajo, techo, educación, felicidad. Hay que construirla, revolucionarla y protegerla. Cuando en el 2013 entrevisté al comandante fariano Marco León Calarcá, éste me aseguró que la dejación de armas no significaba que las FARC renunciarían a la revolución. De concretarse la conformación de la guerrilla en un partido político –me dijo entonces—, la lucha seguiría por otras vías, pero los ideales permanecerían. ¿Qué ideales? La paz, la justicia social y, por supuesto, el socialismo para Colombia. Ese es el camino.

Ahora resta que el Estado cumpla su parte. Se requiere el desmantelamiento del paramilitarismo que está identificado con la ultraderecha nacional agrupada en el partido Centro Democrático que lidera el ex presidente Alvaro Uribe Vélez, quien encabezó el último periodo álgido de agresión militar contra las entonces FARC-EP y encarna toda la podredumbre política y económica habida en Colombia. Se necesita la excarcelación de los presos políticos farianos que vienen luchando desde hace años por sus derechos, incluido Simón Trinidad, preso en cárceles de Estados Unidos. Se requiere limpiar el sistema electoral envenenado por el dinero y liquidar todos los aparatos de espionaje y persecución a integrantes de la izquierda colombiana. Se requiere también democratizar los medios de comunicación para asegurar el destierro de la manipulación. Se requiere, entonces, que el Gobierno garantice lo que se consiguió en la mesa de La Habana: las bases de un nuevo país.

Me queda claro que las FARC vienen haciendo su parte. Y hasta que el Estado colombiano no termine de hacer la suya habrá riesgo de retroceso. Eso es claro. Hay peligro latente ¿Y si las FARC se equivocaron al dejar las armas? ¿Quién puede confiar así en el enemigo de tantos años? ¿Se reeditará la masacre de la Unión Patriótica? Y sobre todo, ¿vale la pena la ociosidad de pensar en todo lo anterior?

Es necesario también dejar de joder con si las FARC se equivocaron, o no. La moral no se juzga hacia atrás. Una decisión así sólo puede medirse hacia adelante, con las consecuencias, con lo que venga. Si una acción es buena, sus consecuencias serán buenas. Y no puedo encontrar mayor bien que la paz. Quien no lo entiende así, no sabe un carajo de la guerra. Y falta al respeto a quienes la han resistido, no en las consignas y a la distancia, sino bajo la tormenta de fuego.

Bienvenida la FARC. El partido de la rosa roja. La Fuerza del Común. El partido de la paz. De la revolución y el socialismo. Con ella nace de por sí uno de los partidos políticos de izquierda más grandes e importantes de Latinoamérica y de lo que hagan dependerán muchos otros procesos políticos que vienen detrás. Por tanto, jamás se nos olvide que han sido ellos y ellas quienes han regado la sangre para que, de la pólvora, brotara la flor de la paz. Una flor, a cuya sombra nos cobijaremos.

Por: L. Alberto Rodríguez

Fuente: prensarural.org

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